domingo, 7 de febrero de 2010

¿INOCENCENTES, IGNORANTES O INCONSCIENTES?

Rumiando el tema de la culpa y la responsabilidad, me he empezado a plantear el asunto desde un punto de vista antagónico: el de la inocencia.
En España y en buena parte de los países occidentales vivimos en una cultura judeocristiana en la que el sentido de la culpa se lleva asociando directamente al conocimiento. Teólogos y filósofos por siglos dándole vueltas al pecado original y llegando a ese punto a asociarlo con el conocimiento del pecado y la pérdida de la inocencia. En el cristianismo de hecho se considera una virtud el desconocimiento del pecado, la misma etimología de inocente proviene del noscere latino el que no sabe. Quizás haya por ahí algo de confusión en el sentido de conocer como haber probado ese pecado y haberse contaminado con la culpa (siempre dentro de la creencia cristiana). Estos planteamientos llevan asociada la idea de la pureza de la naturaleza original humana y que el mal vendría del exterior. Todo esto mezclado con el enfoque negativo que se le da a la sexualidad, o a otros aspectos propios de la naturaleza humana en sus distintas fases de desarrollo, le dan un sentido claramente represor y antinatural a todos estos planteamientos en su parte aplicada. Lleva por ejemplo a negar el desarrollo de la sexualidad adolescente, en ningún caso asociable a la adulta, o a considerar a los niños libres de responsabilidad.
Personalmente veo más práctico utilizar ese concepto de responsabilidad, en sus distintos grados y con ello asumir la capacidad de acción, asumiendo así de paso las consecuencias dadas unas circunstancias y condiciones, más allá de una serie de preceptos abstractos y metafóricos. Afortunada o desgraciadamente, como en los personajes de Tolstói, los humanos somos capaces de lo mejor y de lo peor, aunque eso no nos obligue a probarlo todo.

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